¿soy quién?

LLuvia cae durante dos semanas. Cielos grises, agua y luces planas uniformadoras que apagan la vida. Es el cielo un reflejo de mi vértigo y la luz un eco de mis pensamientos. Situación de sudor frío ante el abismo. Mareo interior, pensamientos acumulados en tromba se apelotonan y no todos tienen salida. Empujan y me siento peor. Definitivamente soy yo. Dudas despejadas sobre mi horizonte vaporoso e incosistente. Mis actos se disocian de lo que creo que soy, me tengo engañado. ¿Existe el absoluto?

Repito que no para creermelo: estoy invertido y no sé cómo darme la vuelta.

Las mitades se despistan

Tengo una mujer enfrente. Su pelo empieza a media cabeza y su cara ladra como leitmotif vital. Su mano derecha la tiene aposentada sobre el interior del muslo de su marido. Prototípico de panza, huevos gordos, calvo, bigote, gafas oscuras, palillo y un sello de oro. Se abren las puertas y se llena como si regalaran vida. Hoy no. Asientos escasos invitan a la rapidez. El calvo se sostiene la cabeza mientras lee un diario, su mujer, quieta, mira sin mirar. El de mi lado desenvuelve un caramelo y ya somos cuatro. Tiene pinta de congresista a tiempo parcial y sus sobacos gritan ¡libertad, libertad, que venimos de trabajar!

Se multiplican las corbatas, los diarios regalados, los canalillos y un camisa blanca sobre sujetador negro. Sujetador negro que se transparenta y no excita. Mata de pelo rizado. Mangas largas y pechos peludos descamisados. Una cabeza alargada y en segundo plano unas tetas aplastadas bajo el escondite de la ropa sin escote. El congresista saca algo fuera de lugar y empieza a leer ofertas de supermercado. Muñecas con relojes cuelgan en el hedor de carnicerías futuras. Alguien se debe estar descomponiendo en vida y en silencio. Me pica un ojo y la oscuridad del túnel arranca un momento sublime y real de exaltación del hombre:

– Normalmente, la semana de antes me avisa, pero últimamente anda parco en palabras.

– ¿Y Natalia?

– Está liada con el trabajo, además, está embarazada.

– ¡Cómo pasa el tiempo!

Parecen cuarentones.

– ¿Y tú qué tal, cómo va todo?

– Liado, liado con mi padre en el neurólogo.

– Ya se sabe, cosas de la edad... ¿está muy mal?

– Se olvida las cosas, deja las tareas de casa, está como ido... Hoy ha sido la primera visita al neurólogo después de estar dos meses para arriba y para abajo.

– Mi padre la última vez se curó de cáncer antes de que le dieran hora para la quimioterapia...

– Pero bueno, no te lo pierdas. Su doctora parecía el doctor Mengele pero en feminista cachonda.

– Qué peligro, casi prefiero que me lama el pene un gorrino.

– Esto va a rachas, ya sabes, llevo dos o tres meses de baja: un pelo se fue para el otro lado, eso y un espolón calcáreo.

– Qué interesante, a mí me sacaron tres muelas en una visita.

– Hoy leía en la prensa que la mayoría de españoles tiene reparo a que les hagan una exploración digital.

– Un amigo, cuando fue al médico, le preguntó “¿es usted gay? ,¿no?, pues no va a disfrutar del momento”. Dicho y hecho se enfundó un guante de látex, mi amigo a cuatro patas con los pantalones por las rodillas y va y le suelta que “tranquilo, tranquilo, que esto no va a ser más que como un besito en el cachete”.

– ¿Y Juan?

– Comí con él hace un par de semanas.

– Vi el email, pero me pillasteis en pleno marrón de “cambie usted su vida”, justo intentando salir de una crisis.

Es alargado y sombrío, delgado y con gafas oscuras. Emana periodo triste de desastre.

– Está bien, nada, comiendo algo, está bien, en su casa, con su hijo, que es un campeón.

Levanto la vista y veo una cara pálida con labios carmín, nariz un poco judía y sorprendente por la frescura y la belleza contenida. Boca medio abierta y labios con la edad de haber conocido a más de un Johny T. Ojos pintados de azul y resaltados.

– He dejado de fumar Antonio.

– ¡Bueno, qué bueno!

– Bueno, tabaco, jeje jeje...

– jiji jiji, siempre hay otras cosas jiji...

– jeje. Sí, quiero hacer una vida sana.

– Sí, lo agradecerás.

Por la ventana veo muchas calabazas apiladas.

– Se me tapa la nariz cuando va a llover.

Campos y aviones.

– Jodida, ataques de pánico...

– Yo tuve eso hace dieciocho años. Dale mi teléfono, yo le puedo ayudar. Conocí cosas muy interesantes. Yo, la experiencia personal con psicólogos, psiquiatras y terapeutas varios es positiva, pero todo mi entorno los han sufrido como un desastre. Yo, aparte de los típicos problemas generacionales y de abuso de sustancias, el resto ha sido demasiado complicado. Soy complicado lo sé, pero conocí a un psicólogo que me dijo, “tío, tú tienes tal problema y hasta que no lo resuelvas estarás jodido”. Y era verdad ¿sabes lo que te digo? Era verad... y lo he entendido, ¿me comprendes? Dale mi teléfono, yo le puedo ayudar.

El congresista se ha dormido, el viejo ha dejado de leer y dormita. La mujer sigue con su mano derecha aposentada sobre el interior del muslo de su marido y mirando sin mirar.

– Ya lo hemos hablado, pero cada vez los cuadros mentales de mis novias son más guapos.

– Yo, el otro día estaba pensando que todo es rápido, es fugaz... He llegado a que hay que disfrutar cada instante, porque el siguiente puede ser una mierda, es más, seguro que es una mierda. Hay que disfrutar el presente y por eso voy sin entrada, si encuentro bien, si no, pues me he dado un paseo. Del pasado no te tienes que preocupar, no lo ves y es todo tan confuso... en cambio, mira el presente, a Juanjo, trapicheando, el consumo elevado, omnuvilado en sí mismo. Yo le intento ayudar pero está muy despistado, está arrugado, ha perdido la capacidad perspectiva y se va a quedar en la calle.

– Hombre, ¿quieres decir que si reclamas a la generalitat no le arreglarán algo?

– En el fondo, deja que te diga, la política es un tema muy desagradable y el mundo es una mierda y patatín y patatán. Dale mi teléfono, yo le puedo ayudar. A veces hay que hacer un ejercicio de contención. Yo dedico unos minutos al día a meditar, esto por qué, aquello qué quiere decir. Asumo lo que tengo que asumir.

– Seguimos pensando como hace veinte años.

– Y el tema de las inmoviliarias...

Aquí os quedáis chicos, suerte con las entradas, yo continúo. A buenas horas mangas verdes es su última contribución.

Sube un tipo que cuenta que esta mañana un toro bravo se ha peleado en un burladero, al final, para no seguir discutiendo, se ha matado de una cornada. Él no es así, él no prefiere pelearse y ay Dios. Dios te ama y el hombre te susurra en la oreja a grito pelado que los revisores le tienen miedo y que él sabe que por lo menos la mitad, no hemos pagado. Chilla mucho,

– ¿Sabes lo que pesa esto?... ¡Diez kilos! Si le pegas a un toro bravo con esto ni espada ni nada.

Susurra murmura chilla murmura susurra chilla. Está claro que tiene muchas cosas que expresar y que no se retiene ni media palabra en el cerebro. El grifo está abierto. Conexión directa de la generación de pensamientos con la boca. Vuelve a chillar esta vez a la virgen del pilar, a los aragoneses y a la guardia civil.

– Les tengo más miedo que a los mosquitos. Te lo juro por mi santa madre. Yo ya he trabajado muchos años, ahora tengo que descansar y hacer que la gente de españa se lo pase bien. No se ha levantado nadie para que se siente Don Miguel. Ahora se levanta, ¡anda corre bruja! Jaja anda y siéntate con tu abuelita. Sí sí tu abuelita querida.

Ahora que me fijo, su espada de diez kilos es una muleta.

Contagio por simpatía

El sol está lejos del horizonte todavía y yo temo que cualquier día alguien me absorba de un bostezo. Oigo un ¡bah! y veo una cara de asco más que circunstancial, totalmente integrada en la cotidianidad. Habla con un hombre que en algún momento vivió en la calle. Cara rojiza, pelo azotado por la intemperie y la adicción como cartel de neón que anuncia que hubo tiempos peores. Habla de agujeros de vida y de que si le toca la lotería no le van a volver a ver. Su discurso suena a cataratas y aullidos mientras sus pies reposan por el asiento enfrentado en un gesto al que le sobran cuarenta años. Lleva un gorro de fieltro verde medio calado con unas letras en inglés que anuncian amor universal. Su nieta, cuando despierte en un rato, no podrá encontrar su gorro. Él, cuando despierte, no podrá reconocerse.
Tiene frío y sus manos cruzadas descansan sobre la bragueta, entre su entrepierna. Ahí nunca se acaba el calor. Se rasca la nariz con la mano izquierda y aprovecha para husmearse. Su conversante lleva una chaqueta de pana, gorra de visera y cierra los ojos a la menor ocasión. Ante ese gesto calla inquieto y sigue con los como platos. Lo mira de vez en cuando para ver si conecta una mirada y puede seguir cascando. Si no está dormido, el conversante, está claro que le gustaría estarlo. Como a todos, que son las siete menos cuarto.
El hombre no aguanta mucho simplemente mirando y saca su aparato del bolsillo. Empieza a teclear para poder evaporarse del peso de él mismo. Chorrear palabras y que reboten constantemente en la pared frontal del cerebro hace mucho ruido. Demasiado, y hay que acallarlo con algo. El incauto semidurmiente abre un ojo y le caen unas frases en tropel. Que si mañana tal, que voy con fulanito y, de repente, desvía la mirada en un pensamiento. ¡Atención, se vislumbra un pensamiento! que mañana no, pasado mañana. Dice hasta el miércoles y que mañana traerá otro abrigo más feo pero hasta los pies. Qué coqueto. Se levanta y se va.
Lo substituye una muchacha con chaqueta blanca que de lo primero que se ocupaes de subirse los pantalones por detrás. Hay que ser decorosa y no enseñar un palmo de tanga. Lo segundo, sacar el móvil y agarrarlo con la mano derecha. Al que se hacía el dormido ahora le entran ganas de hablar e intenta un conato de conversación con la nueva inquilina. Una mirada valen más que mil palabras. La muchacha cierra los ojos y no me cuesta adivinar que piensa que ojalá estuviera en la cama un ratito más. Chaqueta puesta y tres capas más. Tejanos oscuros, sombras de celulitis y unas manos delicadas que sólo agarran lapiceros y rozan teclas y penes. Me cuesta visualizar el cambio de su rictus en una sonrisa despegada de alegría, el cambio del móvil por el pene de su marido y del bostezo por un ansia de humedecer su canario.
El exterior sigue igual de oscuro que el interior, el día no parece avanzar y la muchacha se reclina un poco más. La separación entre asientos opuestos es escasa, y la única forma de estar un poco más estirada es resbalar y dejarse deslizar unos centímetros más de pierna contraria. Acerca su centro energético a apenas dos palmos de la rodilla del que se hacía el dormido. Él se percata del sutil gesto. Nunca dos palmos separaron mayor distancia circunstancial. Miles de circunstancias deberían suceder para que esos dos palmos se convirtieran en cero consentido. Tantas, que creo que sería más probable que me embutiera en vinilo, me pusiera botas de tacón, un látigo y me llamara Amanda.
Luces amarillas y rojas sobre el fondo negro en el exterior. Luz blanca horriblemente uniformadora de fluorescentes en el interior. Nadie parece expectante, ni en el interior ni en el exterior, es un día más, sin nada especial. Desenfocan sus pensamientos y dejan la ilusión para los niños. Nuestras caras son de muertos por estos lares y a estas horas y la felicidad parece algo más que improbable.
Sube una niña pequeña con su madre y su abuela. Nuestra esperanza, nuestro futuro. Muy bien, que se acostumbre de pequeña, que se vaya insensibilizando ante la depresión, la apatía, el mal olor, la oscuridad y los rostros de desolación y desesperanza. Que lo sepas nena, esto es lo que te espera. Es difícil escapar y si me miras desde el fondo del vagón, me verás como uno más.

Bucles

Un dos, un dos... se vuelve a repetir. Un dos, un dos... ven al cuartelillo que te voy a registrar. Seguridad nacional, nada personal. Soy rutinario, perdón, soy picoleto. Me siento rutinario por la aspiración picoletil a endosarme una multa. De nuevo en blanco. Todo por la patria.

Un dos, un dos se repite el bugalú, el lugar, el pincha y un nuevo retraso. Aeropuerto sinónimo de renfe cercanías y yo no puedo escaparme. Gemidos mezclados con sonido en blanco y negro a cargo de Bobby Trafalgar. Un piano bajo la lluvia sobrevuela la voz de una damisela que anuncia la última llamada que se repite cada día. Paradójico. Ingleses medios caen en los asientos más que se sientan. Un inglés de clase media, formas bajas y despreciables mueve mi bolígrafo a tres metros de distancia. Parlotea con las piernas cruzadas y medios calcetines a cuadros. Su hijo calvo de treinta o menos años viaja con ellos. Lo prejuzgo -esto os lo anuncio yo-, tiene toda la pinta no poder ir a ningún sitio sin recibir un buen collejón y supura que se los ha llevado a pares en el colegio. Aparece su hermano, con más pelo y una camiseta de brasil que le pega tanto como una buena patada en sus huevos. Este tiene novia y un gesto más resoluto. Seguro que también collejeaba a su hermano. Como única venganza, el múltiplemente collejeado, mira a la novia de su hermano con ganas de olfatearle las bragas a la mínima que se descuide. Supura su mirada.

Un dos, un dos, se repite en el paisaje el negro, el beige y los pelos blancos. Cientos de viejos de importación y me viene al pelo el tema de David Holmes: RIP RIP. Aparece en mi simple mente un Holmes, no Sherlock, sino John, con su John Thursday remojado hasta las barbas por una intrépida faquir que jamás pisó la India. Fundido a negro y una tipa que se levanta, su acompañante mira el michelín que le sobresale -sobre culo plano- sin acabarse de creer lo que ve. Se cruza una muchacha con bragas de papel y se le clava la mirada de una corbata horizontal sobre panza inmensa. Acude un rezo que procedo a exclamar en voz alta: oh señor que estás en los cielos, líbrame de los supergordos como compañeros de vuelo, así como yo te libero de continuas plegarias.

Un dos, un dos, explore, vanguard, automation, telemetry, astrophysics, jets, cyclotron, computers, an experience extendida a dos platos y tantas orejas como quieran escuchar. Banda sonora aleatoria y ahí que regresa la de las bragas de papel. Se cruza de nuevo con la chica de michelín sobre culo plano y se escrutan sin compasión ni vergüenza. El hijo calvo se pasea desgarbado con azúcar disuelta en una lata. Un viejo con ceño constantemente fruncido, que no suelta sus maletas y con calcetines blancos no deja de mirarme. Se anima la batería: explore, vanguard, automation, jets, computers y me pregunto qué habrá inducido a esa tipa a fabricarse su propia ropa interior de papel. Una voz anuncia el vuelo y provoca una gran estampida. Amplía sonrisas en una más amplia cola.

Un dos, un dos. La cola por fin se evapora. Me reclino pensando sobre el tiempo y la voluntad y obtengo unas mejillas rosas a juego de una camiseta. Rubia jovencita de pantalones cortos, botas altas, camiseta estrecha y abundantes tetas. Toda la humanidad y su evolución, guerras, revoluciones y demás hazañas concentradas en un gesto: abrir del portaequipajes de un avión, un cuerpo, muchos ojos y un regalo común para tener a mano en los momentos precisos. ¿Se convertirá en una mildred? ¿Tendrá dos dedos de frente y las bragas firmes? Oigo a las preguntas revolotear en el aire, incluso por encima del zumbido infernal de los motores de última generación. No se han preocupado por extinguir ese ruido atroz, pero sí de desmitificar el erotismo de las azafatas y de inculcarles sonrisas de falsedad fortificada. Una mildred lleva dos horas leyendo una revista de cuarenta páginas con más fotos que texto, ¿a qué jugará? La que está al otro lado del pasillo me enseña media teta, un canalillo y que lee revistas de corazón. El de mi lado se ha empapado de pies a cabeza una revista sobre juegos, al acabar, secuencialmente, juega con su consola portátil. Su novia se consuela con miradas vacías y el pelo rojo, perdón, de violeta, violín, cobrizo o cualquiera de estas sutilezas.

Un dos, un dos. Veo cogotes y respaldos de asientos, un zumbido demasiado alto me acompaña e irremediablemente me mata la sensación de no movimiento. De nuevo sospecho que nos han metido en una caja. Mildred sigue leyendo al ritmo de su chicle y Beth G. me absorbe unos instantes, por suerte. Alguien bosteza y corre el rumor por la cabina del avión. El piloto, con voz vacilona, anuncia que estamos sobrevolando el canal de la Mancha. A nadie parece importarle, él se da importancia. Me pican los huevos y se me hace difícil rascarlos por la estrechez del asiento. Mildred lee, Beth canta, un hombre está recostado sobre su propia panza, las azafatas desaparecen y aparecen.

Un dos, un dos.