Bucles

Un dos, un dos... se vuelve a repetir. Un dos, un dos... ven al cuartelillo que te voy a registrar. Seguridad nacional, nada personal. Soy rutinario, perdón, soy picoleto. Me siento rutinario por la aspiración picoletil a endosarme una multa. De nuevo en blanco. Todo por la patria.

Un dos, un dos se repite el bugalú, el lugar, el pincha y un nuevo retraso. Aeropuerto sinónimo de renfe cercanías y yo no puedo escaparme. Gemidos mezclados con sonido en blanco y negro a cargo de Bobby Trafalgar. Un piano bajo la lluvia sobrevuela la voz de una damisela que anuncia la última llamada que se repite cada día. Paradójico. Ingleses medios caen en los asientos más que se sientan. Un inglés de clase media, formas bajas y despreciables mueve mi bolígrafo a tres metros de distancia. Parlotea con las piernas cruzadas y medios calcetines a cuadros. Su hijo calvo de treinta o menos años viaja con ellos. Lo prejuzgo -esto os lo anuncio yo-, tiene toda la pinta no poder ir a ningún sitio sin recibir un buen collejón y supura que se los ha llevado a pares en el colegio. Aparece su hermano, con más pelo y una camiseta de brasil que le pega tanto como una buena patada en sus huevos. Este tiene novia y un gesto más resoluto. Seguro que también collejeaba a su hermano. Como única venganza, el múltiplemente collejeado, mira a la novia de su hermano con ganas de olfatearle las bragas a la mínima que se descuide. Supura su mirada.

Un dos, un dos, se repite en el paisaje el negro, el beige y los pelos blancos. Cientos de viejos de importación y me viene al pelo el tema de David Holmes: RIP RIP. Aparece en mi simple mente un Holmes, no Sherlock, sino John, con su John Thursday remojado hasta las barbas por una intrépida faquir que jamás pisó la India. Fundido a negro y una tipa que se levanta, su acompañante mira el michelín que le sobresale -sobre culo plano- sin acabarse de creer lo que ve. Se cruza una muchacha con bragas de papel y se le clava la mirada de una corbata horizontal sobre panza inmensa. Acude un rezo que procedo a exclamar en voz alta: oh señor que estás en los cielos, líbrame de los supergordos como compañeros de vuelo, así como yo te libero de continuas plegarias.

Un dos, un dos, explore, vanguard, automation, telemetry, astrophysics, jets, cyclotron, computers, an experience extendida a dos platos y tantas orejas como quieran escuchar. Banda sonora aleatoria y ahí que regresa la de las bragas de papel. Se cruza de nuevo con la chica de michelín sobre culo plano y se escrutan sin compasión ni vergüenza. El hijo calvo se pasea desgarbado con azúcar disuelta en una lata. Un viejo con ceño constantemente fruncido, que no suelta sus maletas y con calcetines blancos no deja de mirarme. Se anima la batería: explore, vanguard, automation, jets, computers y me pregunto qué habrá inducido a esa tipa a fabricarse su propia ropa interior de papel. Una voz anuncia el vuelo y provoca una gran estampida. Amplía sonrisas en una más amplia cola.

Un dos, un dos. La cola por fin se evapora. Me reclino pensando sobre el tiempo y la voluntad y obtengo unas mejillas rosas a juego de una camiseta. Rubia jovencita de pantalones cortos, botas altas, camiseta estrecha y abundantes tetas. Toda la humanidad y su evolución, guerras, revoluciones y demás hazañas concentradas en un gesto: abrir del portaequipajes de un avión, un cuerpo, muchos ojos y un regalo común para tener a mano en los momentos precisos. ¿Se convertirá en una mildred? ¿Tendrá dos dedos de frente y las bragas firmes? Oigo a las preguntas revolotear en el aire, incluso por encima del zumbido infernal de los motores de última generación. No se han preocupado por extinguir ese ruido atroz, pero sí de desmitificar el erotismo de las azafatas y de inculcarles sonrisas de falsedad fortificada. Una mildred lleva dos horas leyendo una revista de cuarenta páginas con más fotos que texto, ¿a qué jugará? La que está al otro lado del pasillo me enseña media teta, un canalillo y que lee revistas de corazón. El de mi lado se ha empapado de pies a cabeza una revista sobre juegos, al acabar, secuencialmente, juega con su consola portátil. Su novia se consuela con miradas vacías y el pelo rojo, perdón, de violeta, violín, cobrizo o cualquiera de estas sutilezas.

Un dos, un dos. Veo cogotes y respaldos de asientos, un zumbido demasiado alto me acompaña e irremediablemente me mata la sensación de no movimiento. De nuevo sospecho que nos han metido en una caja. Mildred sigue leyendo al ritmo de su chicle y Beth G. me absorbe unos instantes, por suerte. Alguien bosteza y corre el rumor por la cabina del avión. El piloto, con voz vacilona, anuncia que estamos sobrevolando el canal de la Mancha. A nadie parece importarle, él se da importancia. Me pican los huevos y se me hace difícil rascarlos por la estrechez del asiento. Mildred lee, Beth canta, un hombre está recostado sobre su propia panza, las azafatas desaparecen y aparecen.

Un dos, un dos.

0 comentarios: