Atardecer con tres soles y dos cielos

La carretera al norte de Lombok es escarpada, estrecha, sube, baja, serpentea y con vistas teñidas de azul claro, azul marino y con toques de turquesa. Imitaciones de dhows adaptados se deslizan con el viento mar adentro. La costa está salpicada de algunos puertos improvisados y arriesgados puestos de vendedores de carretera. Enfrente, adelantamientos imposibles, detrás, el abismo.

Llegamos al puerto con mayor concentración de descendientes directos de los piratas malayos más execrables. La barca, el espacio y el combustible se aprovechan al máximo. Un niña con su abuela no quiere zapatos, sino dormir. Forraje para los mini-caballos, turistas, agua y licor. A la llegada nos esperan unos piratas de carretera y resuena la frase: puli-buk puli-buk. Una isla ente tres, tres cantos gigantes para un gigante que quiera sumergirse en el mar. Verdes por fuera, blancas por dentro, blancas por fuera y verdes por dentro, cuestión de localización.

Nos evaporamos de piratas de carretera y entre verde turquesa, rumor de las olas y miles de estrellas nos bañamos en un palmo de agua salada. Marea baja, agua caliente. Se oyen unos rumores que hablan de Alá, serán las sombras, el viento entre los árboles o el rumor del mar. Buscamos tesoros con el agua por debajo de las rodillas, unas nubes lejanas y el sol de la tarde. No somos ambiciosos, unos corales muertos blancos y mejor si son rojos. Algunas conchas nos conducen sin darnos cuenta al cementerio de los corales. Llegan de todas partes para morir y desintegrarse aquí, elefantes sin cerebro pero con igual destino: un ocaso con tres soles y dos cielos de regalo.

Un sol sobre las nubes y dos sobre el espejo estancado del cementerio de coral. También dos cielos, uno rojo intenso limitado por las nubes y lleno y otro más violeta y difuminado. Otro sol piruleta entre las nubes violeta oscuro, dos más anaranjados y estirados, el segundo copia del primero.

El que por aquí hace las funciones de dios se encargó de peinar las nubes con perfectas rayas paralelas en el horizonte. Todo muy delicado, meticuloso y sin torcerse. Lo único es que se le debió derramar el bote de los tintes y está todo salpicado de violeta que convierte el mar en plata, salmón con un foco detrás que se transforma en gris, naranja, ocre, pardo, azul marino y cielo. Por el este amenaza la oscuridad, por el oeste y por momentos,horizonte, mar, cielo y reflejo, se tiñen de tragedia.


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