Desde la ventana de mi habitación

Me apago, las luces, el sol desciende, se encienden. Contraste a tres bandas. Otro atardecer desde la distancia, aislado tras la ventana. Tumbado en el sofá atrapado por la inactividad. Me siento atado mientras me atasco. Aire fresco encerrado nunca llega. Aire vívido asoma a la ventana. Medio cristal evita el toc toc, por suerte. Buena decisión pensarte. Resto blanco menos cuando el sol saluda y se despide: un regalo si tienes ojos de ver. Tantas tonalidades ayer me hicieron llegar tarde. Peor que contar estrellas, porque son colores, los piensas y los sientes cercanos. Miras, ves y cuáles son: cero palabras, aturdimiento. Si estás cerca te pregunto, pero parece las paletas nos las hemos dejado todos en esa habitación que nunca existió. ¿Por qué? Quien me lo podría explicar, lo pinta y no encuentro a nadie que me diga cómo se puede contar. No son absolutos, ni lo pretendo, sino un impulso hacia la expresión personal. Necesito a alguien con un cerebro bien fornido y los ojos de acero. ¿Será posible en tal caso una transformación invertida? No llega sola, eso lo puedo asegurar. Me faltan más manos en dos brazos para ser capaz de palpar. Necesito que se me quite el hipo existencial. Subir, bajar, arrastrado por el misterio y viendo pasar la distancia sin poderla atrapar. Tal vez, si me pusiera del revés... vería bragas y tangas. Cero distracción para poder más que contemplar disfrutar, expresar para comparar.

Salgo a la calle con intención de dar un paseo. Me arrepiento. Subo decidido a pasear por mí mismo. Se me escapan los recuerdos, media vida no existe, jeje, menuda broma. A alguien se le olvidó contarme algunos detalles, aunque tal vez lo hizo y lo integré en el olvido. Significativo e intrascendente para el caso. Me falta un vaso, pues me lo hago con filosofía. Me sobra sensibilidad, pues la anestesio, la olvido, la envuelvo y me la trago, que de eso sé un rato. Es acostumbrarse y para eso sí estamos bien entrenados. Un respiro, que hace tiempo sólo se alimentan de suspiros, internos, por supuesto, no querría molestar... Unas dudas, ardor de estómago y como nuevo, vuelta a empezar: digo pez cuando quiero decir puta y disoluta cuando quiero decir qué bien. Aparece un remolino, aspas de esparto y situado en medio del corazón sensible, no el de latir, sino el de sentir. El viento, mis nervios ante la ilusión con tetas, los astros y las letras, el petróleo, la niebla, una imprudencia, un camión de mercancías, una gripe, un desliz, un rechazo, o peor, un suicidio y un sinfín; agitado y bien revuelto. Entre todo eso y a pesar de ello, un camino y cierta esperanza estética de éxito. Pues eso, el viento es potente. Las aspas y el esparto más un molino igual a sufrimiento, para variar. Sólo el salmón luminoso, sin ser fosforescente y difuminado, me salva: combinación de nubes bajas difusas y el principio de una mañana -punto y aparte, que me repito la sopa de ajo tostado-, es suficiente para secuestrarme y ponerme contento. ¿A cuántos os pasa? Quiero conoceros porque las conexiones de mis lados se han cortado, o las voy perdiendo, que es lo mismo. Sin culpables y tan lejos, cansado, encerrado y preocupado por si seré así. Dos posibilidades: o sí o no. Un mundo con ramas, en la playa si es posible, bien largas y cargadas de savia.

Hago silencio, se echa de menos. Necesito un descanso, gano coherencia externa y me aterra. Ladran unos lamechochos, se cierran las últimas persianas, huyen los coches hacia el dulce hogar, qué bien, sólo son las siete y salgo de trabajar. Pita una chicharra. Ruge un escorpión. Lenguas seguro que viperinas aunque no las entienda me recuerdan que Stephanie no está muerta pero como si lo estuviera. Un dueño arrastra al lamechochos a la lejanía. Me chillaba que necesitaba reconocimiento, claro nena, tienes unos cuantos traumas de más, y los suplía con un montón de salidas. No voy a decir que guarrilla, pero ya tú sabes. Me decía subida en unos inmensos tacones, que era la reina de las citas a ciegas. Jiji. Ahorro los detalles en un telegrama que ella nunca recibió: “Hay una fiesta. Stop. Tienes que venir acompañada. Stop. No tienes pareja. Stop. Mi compañera de habitación. Stop. Su amigo es alto y rubio. Stop. Tú estás sola. Stop. Tú estás sola. Stop. Si no niegas. Stop. Confirmo. Stop.“

Iba resoluta y arreglada, picoteaba y si le gustaba bien y si no... también. Jijiji. Oigo unos niños arrastrar muebles al azar, en la calle, motores. Un caminante solitario corta el viento. Las personas sólo se juntan en los semáforos: urbanismo que canaliza flujos humanos. Un camión imposiblemente cuadrado y mira, veo unos despachos con ventanas amplias, encendidas y sin cortinas. Lástima de los prismáticos. Uno ha acabado, menos mal. Un par de figuras charlan y el resto es mobiliario. Desde esta distancia y con esa luz, no tengo perspectiva y me parece un cuadro. Un zumbido mecánico leve y persistente supervisa mi tarde. El que ha acabado, ahora está abajo, en la calle, poniéndose el casco y abrigándose, que corre por aquí un primo hermano del cierzo. Ya se ha fundido en el tráfico. No es esto el día de la marmota por pequeños matices y mala memoria. Puertas se cierran, rugido, alguien se marcha, ¿se irá a casa o será de los del bar? Si le viera la cara... Suena el teléfono, es Marcos, el de los huevos largos. Nada importante, saludarme. Alguien con prisa. Un nuevo lamechochos pisa la ciudad, sus ladridos los delatan.

¡Ay Stepahnie! siempre con tus planes y las tetas como flanes. No hubieron otras, no me malinterpretéis, soy romántico, unitono y contribuyo con calor al ruido general. No me llama un él: o tiene mucho trabajo o algo anda mal. Mundo dicotómico con excesiva frecuencia. Me olvido del respeto y me acuerdo del ping-pong sin metáforas y con cotidianidad: al hombre X lo han jodido y seguirán sin respiro, yo no veo, tú qué ves, él no sabe, ella no está, nosotros somos pocos, vosotras unas putas, ellos están lejos y a ellas las querría conocer. Todos tienen mundos, yo no me lo creo, todos sabemos, eso menos. El cojo brinca, el ciego mira, el tuerto otea, el sordo, música, el amor, pega, la felicidad es depresión y yo sentado en mi balcón.

En los despachos siguen trabajando, dos han bajado sus persianas translúcidas y modernas, ¿se habrán sentido intimidados? Pues andad con ojo con el efecto mariposa. Una chica sigue enganchada a la pantalla, me suena. Redoble de tambores, tachán: eso es lo que te espera cuando acabes la carrera, una vida inseparable de un ordenador, eso sí, cada vez más humano. Tienes suerte de vivir en occidente, que no se te olvide. Gracias gracias, para ti todas las desgracias. Suena el timbre, que las llaves se pierden. De nada.

Me muerde mañana, sé que podré dormir y despertar, que podría ser un día cualquiera o algo trascendental. Todo es posible y no se puede ser indiferente ante la potencialidad existencial de un deseo sin forma, de una interrupción, de un desvarío, de muchas ganas y unas flores, para más señas, azules. Susurros, un abrazo de los que valen un millón metido en un bucle, mil misterios, una vida nueva o simplemente, nada de nada más que un leve pasado.

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